Nutrientes y emociones: dos dimensiones de la alimentación sana II
¿Por qué mi hijo no come verduras o pescado? Descubre cómo las emociones están relacionadas con su aversión hacia estos alimentos.
Una buena conducta alimentaria es esencial para una alimentación sana y equilibrada. Dentro del abanico de acciones que constituyen nuestra relación con la comida intervienen tanto elementos conscientes como inconscientes. Estos últimos tienen una amplia relación con las emociones y afectan principalmente a niños y niñas. De hecho, se estima que entre un 40 % y un 90 % de ellos presentan dificultades a la hora de alimentarse (Kerzner et al., 2015).
La alimentación hay que educarla
Los alimentos no solo aportan valor nutricional, también nos causan sensaciones que modifican nuestra conducta. El sentimiento de rechazo o de afecto hacia ciertos productos proviene de nuestras vivencias y creencias, y se van formando y desarrollando a lo largo de nuestro crecimiento, siendo la edad infantil la más permeable.
Durante la infancia se van adquiriendo reacciones emocionales hacia los alimentos, ya sea creando vínculos tanto positivos como negativos, y es especialmente importante conseguir que se alcancen buenos hábitos de alimentación durante esta etapa.
Conoce qué factores influyen en nuestra elección y reacción emocional
Raigón, en su Manual de la nutrición ecológica (2020), manifiesta la existencia de alimentos que generan respuestas positivas en el estado de ánimo, ya sea por estar asociados al premio o a la recompensa, o por experiencias agradables de la vida. Los reconocemos porque nos provocan una sensación satisfactoria sobre el organismo y solemos recurrir a ellos para compensar emociones negativas, como la ansiedad o la tristeza.
Algunas emociones pueden alterar nuestra manera de alimentarnos, generando consecuencias directas sobre nuestro organismo
Un dulce o un trozo de chocolate suele ser la recompensa en forma de alimento que se le ofrece a los más pequeños después de una buena acción. Este breve acto genera consecuencias inconscientes de recompensa personal ante situaciones estresantes o de debilidad, pues el alimento se asociará a una reacción de gratificación y calma.
Otro ejemplo de alimentos que generan emociones positivas son los que nos traen recuerdos específicos, ya sea de alguien o de una etapa en concreto. ¿Quién no recuerda el puchero de la abuela o los dulces familiares que se elaboraban en ciertas fechas del año? Estos alimentos generalmente producen sensaciones de satisfacción, ya que están arraigados a la emoción que genera el recordar al familiar que lo elaboraba.
Sin embargo, también encontramos alimentos que generan respuestas negativas en el estado de ánimo por estar asociados con el castigo o al miedo. Estos proporcionan repulsa y desagrado, incluso llegando a rechazar nuevas prácticas y aportaciones gastronómicas, por la falta de aceptación hacia lo desconocido.
¿Quién no conoce a una persona a la que no le gusta el queso?
Esto puede estar causado porque, desde pequeños, hemos disociado el alimento de su sabor original, otorgándole ese registro de sabor a otro tipo de productos, como los snacks con saborizantes a queso. Al haber marcado el saborizante como el del alimento queso, cuando se le ofrece el auténtico se rechaza porque no coincide en sabor, olor o textura.
Otro alimento muy habitual que suele causar malestar entre los más jóvenes es el pescado por haberse pinchado o atragantado con alguna espina. Esa vivencia, al ser traumática, puede provocar un rechazo no solo hacia todo alimento que sea parecido en tamaño y forma.
Muchas de estas respuestas pueden ser corregidas con prácticas educacionales, si se previenen a tiempo
No obstante, la misma autora apunta que «muchas de estas respuestas pueden ser corregidas con prácticas educacionales, si se previenen a tiempo». Por esta razón, conocer los mecanismos implicados en el aprendizaje de la conducta alimentaria es crucial para comprender y manejar estos problemas en los primeros años de vida.
Olores, colores, sabores y texturas: determinantes en la elección de alimentos
Estas propiedades también influyen enormemente en la aceptación o rechazo de productos por parte del consumidor. Tanto es así que un producto con sabor dulce puede dar serenidad y satisfacción, mientras que uno amargo puede ocasionar sentimientos de descontento y frustración.
Se estima que el 30 % de la población es extremadamente sensible al sabor amargo, lo que puede influir en la aceptación de algunos alimentos como las coles, la coliflor o el brócoli, entre otros.
El color y el olor también son factores decisivos en nuestra selección, ya que conectan con nuestros registros internos generando una reacción positiva o negativa.
Asimismo, las personas que no toleren algún olor o sabor relacionado con un alimento pueden hacerlo extensible a otros que no hayan probado, pero que les recuerdan aquellos que no le gustaron.
Las texturas ásperas, duras, grumosas o cremosas también provocan desagrado a algunos individuos, que se inclinan por alimentos crujientes. Del mismo modo, muchos niños no aceptan platos con comidas mezcladas porque el alimento no deseado tocó el resto.
Un equilibrio emocional depende, entre otros factores, del equilibrio alimenticio
Nuestro cerebro tiene un rol muy importante, pues en él se generan reacciones químicas que promueven sentimientos positivos y negativos hacia los alimentos. «Un equilibrio emocional depende, entre otros factores, del equilibrio alimenticio», comenta Raigón.
Todo proceso de valoración sensorial de un alimento lleva comprendido cuatro etapas o niveles de medida:
- La física, en la que aceptamos o no un producto solo por su apariencia exterior.
- La sensorial, donde usamos los órganos sensoriales.
- La perceptual, en la que exploramos recuerdos y emociones previas sobre el alimento.
- La etapa hedónica, en la que vinculamos todas las fases previas con las expectativas que ese producto ocasionará en nuestro cuerpo.
Como vemos, muchos son los factores que finalmente determinan nuestras elecciones alimenticias. Es por eso que reconocer nuestras emociones y conocer otros modelos de alimentación sostenible impactará de manera positiva en nuestra dieta.
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